viernes, 23 de agosto de 2013

Abajo Cadenas

Ay, qué ladilla. Ay, qué ostine, Ay, qué vida que hay que buscar para ¡ay! Decidir el epitafio sobre tu tumba. Fulanita de tal, amante. Perenseja, amada esposa. Juanita de los Palotes, insertar algo depinga aquí. Decisiones, un poco fútiles al final. Al final, de la lápida, el epitafio, y un obituario grandilocuente en el periódico. Insertar profesión aquí. Ay, qué ladilla escoger. ¿Cómo hace uno? Sino dejarse llevar por la vida un rato, otro rato caminar por una senda que parezca interesante. Oscura, llena de recovecos y escondrijos. Descubrirlo todo, y flotar de nuevo, al final de la senda, hasta otra senda más allá. Hasta una laguna, profunda y estrecha, llena de palabras líquidas que da miedo decir. Y nadar, hasta quedar sin aire. Morir bajo el agua y renacer en tierra, en la punta de una hoja. Y el viento, de nuevo, de la mano, volando hasta encontrarme con la pared que tiene impreso mi obituario. Insertar oficio aquí: La Rueda. * Un muro para mantener fuera los elementos del cansancio. Palabras, rebotando contra la piedra gris. Sólo llega el ruido, murmullos. El cansancio, que me deshace los huesos, me mantengo derecha gracias a un hilo, que pende de mi espina dorsal, y mi cuello se dobla, me parto por la cintura, mis rodillas se astillan, mis pies laten. Igual me derrumbo por dentro, mi piel se mantiene intacta, pero se trasluce el vacío rojizo debajo de mis ojos. Me parto, y las palabras quiebran la piedra, y van partiéndome más. Despierta, despierto, a la ilusión de ser, fuera de lo que somos, y dentro de la realidad, detrás de mi muro. * Abajo cadenas, de guerras frías, de muros glaciales entre yo y el mundo. Entre mi misma y yo. Entre yo, y no tener idea de nada. Entre yo, y creerlo todo, a todos. Entre yo y el miedo, la incertidumbre. Abajo cadenas, de espaldas rotas y laceradas, de gotas de sangre azul en el suelo. De miembros estirados hasta descoyunturarse. La cabeza, bajo una guillotina ansiosa, una mano incitante, sobando la soga, cebando al cordero, amarrado de patas, el cuello expuesto, y ojos llorosos de gratitud. Abajo cadenas, de derrotas saldadas con apretones de mano, y un brindis venenoso de algo más añejo que la cadena misma, igual de herrumbroso y ruin. Rostros de muerte entre yo y mi vida, cadenas cerrando puertas sin trancas naturales, pudorosamente veladas con cortinas de humo.

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